Es cierto que no puedo pretender caerle bien a todo el mundo. Pero que de repente eso se vuelva la escoria en mi día a día, esa molestia constante, que bueno, de alguna forma, como que intentas desatender, y lo pintas de un color menos molesto, para pasarlo por alto y no prestarle demasiada atención.
Sin embargo persiste. No se va, está más apegado a nuestro ser que nunca antes, y no podemos prestar fuerzas contra él.
BAH, yo no puedo. Estoy tan ciega que no quiero hacerlo. ¿Por qué? Acá viene el tema en cuestión. Porque sé muy pero muy bien, que sin importar lo mucho que desee la calma, el respeto y demás, que yo abra mi boca, no sólo desata una batalla campal interminable, sino que planta en mi interior un malestar increíble.
Por eso, habrá que hacer oídos sordos, palabras mudas, y continuar sin más aderezos.